Creo que no es la primera vez que lo digo, pero las dos partes de mi infancia (la parte de Chile, hasta los nueve años, y la parte española, en la que terminó) fueron muy felices. Siempre me acuerdo, siendo muy pequeño, cuando aún viviamos en aquellos andurriales de los que mi padre no quería marcharse, a pesar de que su situación económica se lo permitía. Me acuerdo siempre, de la corbata, la cotona, y el furgón amarillo que me recogía todos los días para llevarme al colegio, del ruido de los caracoles al pisarlos cuando llegaba por las noches del colegio (no lo hacía por maldad, era porque la entrada del jardín estaba a oscuras), de la estufa de gas, del té y el pan con mantequilla, de los cumpleaños de mi hermana en Noviembre (que en Chile ya hace buen tiempo), de algún Domingo que otro en verano que íbamos a la iglesia del abuelo en Barnechea; aquellos viajes que se hacían larguísmos, al principio en el Chevy Nova, y después como podíamos: y cuando mi hermana se quedaba en Barnechea en la casa de los abuelos, y yo tenía todo el patio para mí... esas carreras de coches, mi mundo imaginario solo para mí, disfrutando de mi soledad... fotos que tengo la mayoría guardadas en la mente, y bueno, algunas también las tengo en documentos gráficos que, si un día me atrevo, pondré aquí.
Ayer, dentro de todos esos recuerdos que a veces se agolpan desordenados, gracias a la magia de internet, y por completo accidente, llegó a la pantalla del portatil una foto que no me esperaba: la de la Caterpillar.
Pocos de los que me leeis sabéis que en Chile el sistema de transporte colectivo en los años 80 funcionaba por medio de licitaciones, las cuales se concedían a asociaciones gremiales que trabajaban con unas líneas en concreto, y en las cuales habían varios empresarios que aportaban sus vehículos a la asociación, aunque cada uno gestionaba sus vehículos. Así ocurría, que los choferes hacían los recorridos a un ritmo trepidante llegando, muchas veces, a llegar a las manos en las terminales porque uno de los dos había ganado la carrera. Mi potente memoria me hace recordar tantas líneas de aquellos años (mi padre se sorprende aún): la ´"Colón-Oriente", la "Einstein-Sta Rosa", la "Matadero-Palma", la 5, que iba a la Juan Antonio Ríos... y por supuesto, la "Renca-Ñuñoa", que era la línea en la que la familia tenía los vehículos. Si no me falla la memoria, tuvieron un Dodge, que era muy antiguo, y después, cuando mi padre tomó las riendas de la empresa, desde el año 80 hasta el 88, dos Mercedes Benz, y la Caterpillar que ya he nombrado, y que era de mi abuelo, hombre de carácter difícil al que mi tío (genio de la mecánica de autobuses donde los haya, desmontaba un motor de Mercedes Benz en una noche y lo volvía a montar, sin haber recibido ningún tipo de formación), le dijo que no comprara, ya que los repuestos norteamericanos no llegaban con fluidez, y si se averiaba, el vehículo quedaba mucho tiempo parado, con todo lo que ello implicaba, pero que compró igualmente.
La Caterpillar, la verdad es que desconozco por qué, pasaba muchas veces las tardes parada en la puerta de la casa familiar, y aquel era mi momento. Siempre me subía y me sentaba al volante de aquel mastodonte de hierro, que tenia la bocina en un pedal del suelo, y que a veces conseguía tocar... provocando un estruendo considerable en la calle. Recuerdo que una vez en el colegio hicieron una excursión a un teatro, y uno de los chóferes nos llevó en este bus a todos... tantos recuerdos que origina una imagen (la de abajo), y un objeto, en este caso un viejo autobús. Curioso invento la mente de las personas.
La foto no es la que tenía mi abuelo, pero el color era muy parecido, si no es la misma después de que la vendieron...